Anuario del Instituto de Historia Argentina, nº 14, 2014. ISSN 2314-257X
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Historia Argentina y Americana

 

DOSSIER:
Comunistas y anticomunistas. Redes políticas y culturales en Argentina y Chile durante la Guerra Fría (circa 1960)

 

Mujeres-sombra” y “Barbudas” Género y política en el Primer Congreso Latinoamericano de Mujeres, Chile- 19591

 

Adriana María Valobra

Centro de Investigaciones Socio Históricas. Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales / Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación-
Universidad Nacional de La Plata, Argentina
indivalobra@gmail.com

 

Cita sugerida: Valobra, A. M. (2014). Mujeres-sombra” y “Barbudas” Género y política en el Primer Congreso Latinoamericano de Mujeres, Chile- 1959. Anuario del Instituto de Historia Argentina, (14). Recuperado a partir de http://www.anuarioiha.fahce.unlp.edu.ar/article/view/IHAn14a06

 

Resumen
El objetivo de este artículo es analizar los contrapuntos entre el comunismo y otras perspectivas –especialmente de asociaciones católicas- sobre la movilización de las mujeres en el contexto de la Guerra Fría. El Primer Congreso Latinoamericano de Mujeres realizado en 1959 es una ocasión singular para captar esos debates a través de un corpus documental de prensa comercial y partidaria, cartas y entrevistas. Los resultados muestran las estrategias de distintos sectores sociales nacionales y transnacionales por captar a las mujeres y, asimismo, los conflictos internos que tuvieron para definirlas como sujetos revolucionarios y reconocer sus especificidades.

Palabras clave: Guerra Fría; Chile; Argentina; Revolución Cubana; Movilización política de las Mujeres.

"Women-Shadow" and "Bearded Women" Gender and Politics in the First Latin American Congress of Women, Chile 1959

Abstract
The aim of this paper is to analyze the counterpoints about women's mobilization between communism and other perspectives –specially, catholics associations. The First Latin American Congress of Women held in 1959 is a unique opportunity to capture these debates through a corpus which includes commercial and partisan press, letters and interviews The results show the strategies of different sectors to attract women. It also shows the difficulties of communism for defining them as revolutionary subjects and to recognize their individuality.

Key Words: Cold War; Chile; Argentina; Cuban Revolution; Women’s political Mobilization.

 

El Primer Congreso Latinoamericano de Mujeres (PCLM) realizado en Santiago de Chile en noviembre de 1959 es una ocasión para analizar tres dimensiones operativas que, oportunamente, habían sido planteadas por Perry Anderson –en un ensayo ya clásico— para analizar la historia de un partido comunista: el marco internacional, en tanto para formar parte de la Internacional Comunista, los Partidos Comunistas (PC) nacionales debían aceptar seguir la política de los organismos internacionales dispuestos en cada momento para tales efectos; la trayectoria interna del partido como unidad de análisis y el equilibrio nacional de fuerzas en el sentido de hacer inteligible no sólo el partido sino también el universo de relaciones contextuales (Anderson, 1984: 152-154). En este artículo, aunque no nos enfocaremos en historiar un partido comunista, retomaremos esos niveles a fin de evidenciar la malla que se tejía en el ámbito internacional, regional y nacional en relación con el Congreso bajo estudio –estrechamente vinculado a las apuestas del comunismo en el nivel internacional— y, a la vez, tensar algunas consideraciones a la luz de una historia de las mujeres. Por ello, enfocaremos tres dimensiones siguiendo esa premisa. Una, las interrelaciones entre el nivel internacional y nacional en el campo comunista y las disputas con el “bloque occidental”. Otra, el problema de organización de los comunismos nacionales de Argentina y Chile y el balance de relaciones de fuerza con otros grupos. Finalmente, las tensiones en las prácticas y discursos dentro del campo comunista a raíz de la Revolución Cubana y las consideraciones sobre el rol social y político de las mujeres en un contexto que se dinamizó al calor de los efectos de “la vía armada”, cuestión que en la historiografía sobre mujeres ha tendido a ser colocado como un problema de períodos posteriores y que, sin embargo, encuentra aquí su simiente. Este artículo es un primer intento de abordaje de esas dimensiones interrelacionadas aun cuando cada una de ellas puede generar –por sí misma— un importante volumen investigativo; es un esfuerzo por abrir la reflexión a la “dimensión más directamente política de la historia, en particular la acción política organizada de los sujetos populares”, según lo propusiera Sergio Grez Toso (2012), y de otros sectores sociales así como de las esferas de poder.

Nuestra presunción se compone de dos partes. La primera es que la lógica del comunismo internacional durante la Guerra Fría tuvo como objetivo la búsqueda de alianzas de relaciones más amplias y de construcción de consignas más aceptables para un público más extenso que se esperaba sumar a la causa de la vía pacífica al socialismo. La segunda es que esta perspectiva, no obstante, encontraba serios problemas puesto que entrampaban a hombres y mujeres de los PC nacionales en confrontaciones con sectores con los que buscaba alianzas imposibles en ese mismo contexto, llegando a propiciar enlaces con declarados sectores anticomunistas. Si bien estas disputas se presentaron en distintas organizaciones del comunismo en el ámbito internacional (Nállim, 2012; Petra, 2013; Pasolini, 2005 y 2013), en el caso de la movilización de las mujeres, la situación fue doblemente contrastante. Entre 1935 y 1955, la línea política del PC había encontrado en la organización de las mujeres un elemento que brindaba coherencia entre la vía pacífica al socialismo y las caracterizaciones más canónicas respecto de los atributos femeninos, asimismo, por la vía de las organizaciones de masas, se procuraba estrechar vínculos con agrupaciones femeninas, a las que se intentaba unir en virtud de las condiciones maternales naturales que, supuestamente, las harían aspirar por la paz. En la coyuntura analizada, esas miradas entraron en una triple crisis. Una, la propuesta buscaba unirse a sectores que eran abiertamente anticomunistas generándose conflictos considerables. Dos, la aparición de revoluciones que, sin adscribirse estrictamente al socialismo (al menos por entonces), colocaban sobre el tapete el problema de las “vías” y cómo acercarlas y, a la vez, atraer a los denominados “sectores progresistas”. Finalmente, en los intersticios de estos conflictos, se colaron las confrontaciones de modelos de género.

Las organizadoras internacionales

El PCLM, como acontecimiento, se inserta en una coyuntura más amplia. En efecto, algunos contemporáneos consideran que este evento fue gestado entre el 1 y el 5 de junio de 1958 en Viena, durante el IV Congreso de la Federación Democrática Internacional de Mujeres (FDIM).2 Para otros, se había gestado en Brasil donde se refiere a la Primera Conferencia Latinoamericana de Mujeres de 1954 de Brasil, que en realidad era la Conferência Nacional sobre o Trabalho entre as Mulheres  impulsada por el Partido Comunista de Brasil.3 En todo caso, esta conferencia, también tenía vínculos con la FDIM.

La FDIM había nacido en París en 1945 como una “coalición global de mujeres de la izquierda procomunista antifascista”. La misma había sido convocada por la Union des Femmes Françaises (“Unión de Mujeres Francesas”) y contó con la participación de casi un millar de mujeres movilizadas desde 40 países de todo el globo contra el fascismo y por la paz (Pieper Mooney, 2013). La FDIM estaba conformada por las Uniones de Mujeres de distintos países que fueron las impulsoras del evento en el nivel nacional y regional.

Las disputas de sentido sobre la noción de paz mundial tenían una extensa tradición cimentada desde, especialmente, la Primera Guerra Mundial y las mujeres habían sido voceras relevantes en tanto principales promotoras de los movimientos pacifistas. En el fin de la década del 50, la Guerra Fría se expresaba con toda su virulencia en este contexto. Según las investigaciones, hubo denuncias en contra de la FDIM desde agrupaciones femeninas europeas, también desde el mundo católico (Salas, 1993) y el Comité de Actividades No Americanas de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos tomó el elevado número de participantes en los encuentros como un indicador de la expansión de la égida soviética en el mundo. Debido a estas presiones, la FDIM mudó su sede desde París a Berlín del Este en 1951 (Pieper Mooney, 2013). No obstante, los conflictos no menguaron.4 En 1954, la ONU retiró el status consultivo a la FDIM y, por ende, la posibilidad de intervenir en la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer. Según Mariette Sineau, tanto la FDIM como las Uniones de Mujeres se caracterizaban, entonces, por ser una parte del engranaje del comunismo internacional y procuraban contraponerse a las agrupaciones católicas que –en algunas naciones— tenían un enorme peso social (Sineau, 2000).

Varias investigaciones han señalado que lejos de ser mero satélite del comunismo soviético, en la FDIM fue posible encontrar militantes de grupos no comunistas embanderadas en el antifascismo promovido por esta institución como fuerza movilizadora más allá de la existencia de aquellos gobiernos históricos que le habían dado origen.5 Para Yusta Rodrigo, dos fenómenos concurrentes explican el comienzo auspicioso: la herencia que recibió la FDIM del discurso antifascista contra los totalitarismos europeos de los años ’30 y el pacifismo de las organizaciones de mujeres de principios del siglo XX. Con el tiempo, y la polarización post-bélica, esas ideas fueron recuperadas por la FDIM como parte de una estrategia de legitimación de la política estalinista que, sin embargo, no fue excluyente, según los países y momentos históricos, de inclusiones de otros sectores. En la “era Jrushchov”, asimismo, los conflictos en las “nuevas democracias” y los equilibrios de poder entre la URSS y China y entre éstas y “el bloque occidental” modificaron el mapa de relaciones. Para la autora, la convocatoria más amplia que tuvo la organización en su surgimiento en 1945 se modificó y llegó a desaparecer “posteriormente debido a los cambios en el panorama internacional y a la polarización política resultante del surgimiento de la Guerra Fría” (Yusta, 2009). Es precisamente en este contexto en el que encontramos la realización del Congreso.

La FDIM –alineada con la URSS, sin duda- procura una convocatoria amplia para su propuesta y espera mantener el evento bajo su órbita. En su perspectiva, la extensión y heterogeneidad de partícipes y su dominio sobre el Congreso no eran fenómenos excluyentes.

Además, la presencia cada vez más numerosa de delegadas latinoamericanas, decidió a organizar el PCLM y esta idea fue concurrente con el reconocimiento que la FDIM estaba otorgando a la región –en particular aquellas donde el alineamiento de los PC eran más ortodoxos con la línea soviética— en gestos tales como la designación como vicepresidenta del organismo de Margarita Modesta Fornanzini de Ponce, presidenta de la Unión de Mujeres de la Argentina (UMA). En un primer momento, la ciudad sede designada fue Buenos Aires.

Organizadoras nacionales y persecución al servicio del mundo occidental

La comisión de auspicio argentina del PCLM se integró con mujeres de distinta vertiente político-partidaria y socio-profesional pues, uno de los objetivos del evento era lograr la mayor convocatoria posible; tarea a la que se abocó la Unión de Mujeres de la Argentina (UMA).6 También, la Comisión uruguaya mostró su esmero y fue en Montevideo donde se realizó una reunión preparatoria el 2 y 3 de diciembre de 1958.7 Se habían logrado, asimismo, la participación de funcionarios de distintos países actuando en la organización (como las funcionarias del gobierno de Chile o las dirigentes y legisladora de la Unión Cívica Radical Intransigente –partido en el gobierno argentino- y adhesiones de figuras reconocidas (la Primera Dama de Venezuela y la diputada Isabel Carmona de la Alianza Democrática de ese país que, sin ser comunista, se reivindicaba de izquierdas) o de personajes del mundo de la cultura popular (como Pipo Mancera, conductor de televisión argentino). Se invitaba a participar, también, a la ONU y sus organizaciones intermedias (OIT, UNICEF, etc.). Según testimonios, para 1959, mujeres de la Unión Cívica Radical Intransigente –partido por entonces en el gobierno argentino- se sumaron en virtud de la anunciada presencia de la delegación cubana.

Conviene señalar algunas cuestiones vinculadas a la presencia cubana. El año nuevo de 1959 sacudió la isla de Cuba y generó un movimiento que repercutió en toda América. En pocos meses, la revolución pasó a ser un acontecimiento que excedió con creces la caída del dictador Fulgencio Batista e, incluso, cambió la perspectiva de algunos que habían visto con buenos ojos el fin de aquel gobierno. En efecto, a poco de andar, Cuba se convirtió en una amenaza que conmovió al bloque occidental en el contexto de la Guerra Fría. La denominada reforma agraria (mayo de 1959) y las relaciones comerciales con la URSS (agosto de 1959), entre otras, generaron un conflicto con Estados Unidos que prontamente organizó, a través de la CIA, grupos contrarrevolucionarios. El peligro en América Latina era visto por Estados Unidos como inminente toda vez que “Montevideo es el centro de sabotaje y Buenos Aires el de propaganda”.8 No obstante, conviene señalar que las reformas post-caída de Batista no se inscribían claramente en una revolución bajo la órbita soviética. En efecto, la revolución en Cuba no se había declarado marxista leninista y ni siquiera socialista (algo que sucedería más tardíamente, en enero de 1961 se declararía socialista y, en diciembre de ese año, marxista leninista). Sin embargo, para Estados Unidos, la presencia de aquella revolución profundizó una ola de represión y refinadas estrategias de destrucción anticomunista que –ya activadas— encontraron mecanismos más rizomáticos en las naciones americanas (Scirica, 2013; Amaral, 1998; Mazzei, 2002; Robin, 2005, Bohoslavsky y Vicente en este dossier). A su vez, la Revolución cubana significó un símbolo para las denominadas fuerzas progresistas que, sin inscribirse en algunos casos en partidos o movimientos de izquierda, quedaron impactadas por los cambios que propiciaba.

De este modo, la presencia de las cubanas y las suspicacias que desde su fundación había tenido la UMA entre los organismos de inteligencia y policiales de Argentina, generaron incidentes graves para las organizadoras argentinas de aquel Congreso. La coyuntura tuvo elementos propiciatorios y desdeñosos de las iniciativas de las comunistas o filo comunistas. Incluso antes de que se instalara el Plan CONINTES en marzo de 1960, los resquemores respecto del comunismo se exacerbaron en el presidente Arturo Frondizi –electo con una frágil mayoría cuyos votos provenían del peronismo proscripto- y se conjugaron con las preocupaciones vinculadas al peronismo en la escena política y a las relaciones que entre sí podían tejer estos dos sectores. En efecto, tras la caída del peronismo, el comunismo intentó recuperar las bases sociales perdidas y, asimismo, buscó acercarse a los militantes peronistas ofreciéndoles –con éxito diverso- una alternativa partidaria dada la proscripción del Partido Peronista (Tortti, 1999, Spinelli, 2005).

Debe consignarse otro foco problemático: a raíz de lo que dio en llamarse “la traición” de Frondizi a las bases históricas sobre las que había fundado el apoyo a su candidatura, un conjunto no desdeñable de militantes se alejaron de la intransigencia. Cabe mencionar, entre ellas, a un grupo de mujeres no comunistas que había apoyado a la UMA frente a las persecuciones de las que había sido objeto,9 mientras otras congresistas se habían alejado de la UCRI y dado la bienvenida a experiencias como la revolución China azuzando el ánimo de sus correligionarios.10 En cierto sentido, quienes abandonaron el radicalismo intransigente utilizaron el entorno que ofrecía el PCA para acercarse a nuevas propuestas políticas, aún cuando algunas no pensaran en afiliarse a ese partido y, más bien, fueran críticas de él.11

Por su parte, la UMA persistía y buscaba reconquistar un lugar entre las mujeres e intentaba, con rumbo incierto, reposicionarse en el llamado arco progresista. Los testimonios de algunas dirigentes insisten en la convocatoria que las actividades de la UMA tenían, prescindiendo de toda bandería partidaria y ello empata con las visiones desde los servicios de inteligencia y las asociaciones católicas. Ello no significaba que estas mujeres que participaban en las actividades que realizaba la UMA se afiliaran a ella ni, mucho menos, al comunismo –aunque sin duda hubo un efecto derrame en ese sentido (Tortti, 1999; Valobra, 2010). El poder de convocatoria de la UMA se expresaba en la adhesión que las mujeres de los barrios hacían a las marchas y acciones en contra de la carestía de la vida, la falta de servicios, la situación de los niños, entre otras demandas. Eran espacios de movilización que sólo eventualmente se convertían en masivos, pero generaban un rumor desde abajo.

Todo esto implicó que las acciones llevadas a cabo por los servicios de inteligencia se exacerbaran. Así, se revela una actividad febril en esos años en la búsqueda de los cabecillas, los espacios y las consignas con las que el comunismo movilizaba a la sociedad (Valobra, 2011). Las denominadas “colaterales” comunistas femeninas fueron especial objeto de investigación y persecución porque preocupaba el hecho de que las mismas, en nombre de reivindicaciones justas, arrastraban tras de sí un heterogéneo número de mujeres sin filiación comunista ni de otra índole.12 La Dirección de Inteligencia de la Provincia de Buenos Aires monitoreaba con gran desconfianza los preparativos del evento en el cual consideró que se habían tratado “de ocultar nexos ideológicos, tras la cobertura de <slogans> de alto contenido social y humanitario, interesando a figuras de renombre quienes atraídas de buena fe se les asignó ex profeso, aparentes cargos directivos, manteniendo los elementos comunistas el total control efectivo de la organización en los distintos países latinoamericanos”.13

Si bien prácticas anticomunistas existen desde que surge el comunismo, el énfasis desde los años ‘50 podría vincularse con la difusión –en el marco de la Guerra Fría- de la doctrina de guerra revolucionaria, una nueva formación doctrinaria impulsada con la presencia de una misión francesa en la Escuela de Guerra desde 1957. Ésta, si bien estaba interesada por los mecanismos de acción directa de los comunistas, veía con tanta o mayor preocupación los mecanismos de penetración de corte psicológico y era su interés conocerlos para definir mejor al enemigo. De allí, que la “guerra psicológica” requería la obtención de información para motorizar la lucha contrarrevolucionaria (Scirica, 2013; Amaral, 1998; Mazzei, 2002; Robin, 2005). Las intervenciones partidarias eran bien conocidas y, entre ellas, la que el comunismo llamaba “acción de masas” -denominadas “colaterales” entre los grupos contrarrevolucionarios- eran de las más preocupantes puestos que se esparcían como “hongos después de la lluvia”. Las connotaciones de género y sexualidad no estuvieron ausentes sino que fueron constituyentes de esa delimitación.

Esto incidió para que las prácticas de auspicio (reuniones, volanteadas, difusión en prensa), se interrumpieran a raíz de los actos de hostigamiento venidos de cuerpos policiales: cerraron varios locales de las filiales de la UMA y amenazaron con incautar la tirada completa de su revista, Nuestras Mujeres (NM), la que ya había perdido la salida mensual. Además, el 6 de octubre fue detenida Margarita de Ponce, presidenta de la UMA, “cuando se embarcaba a Praga con el objeto de recibir instrucciones aplicables al Congreso, secuestrándosele literatura comunista y circulares que ratifican las campañas que la Unión de Mujeres de la Argentina ha realizado”.14 El secuestro de literatura comunista expuesto como un delito, en realidad, no estaba tipificado como tal, aunque evidencia el nivel de persecución que se realizó.

Durante esos meses, no salió publicado ningún artículo vinculado a la realización del Congreso en la prensa de la UMA, hasta que en octubre, se informó que la sede sería Santiago de Chile, donde ya habían realizado dos encuentros organizativos entre abril y en junio de 1959. ¿Cuál era la situación del comunismo y las agrupaciones de mujeres vinculadas a él en Chile? El PC chileno, a través de la política de frentes y en virtud de su arraigo obrero y popular, tuvo un crecimiento exponencial durante los años 30 y 40 que se evidenció en sus logros electorales (Durán, 1988; Bernard, 2012; Loyola Tapia, 2012). A diferencia de lo sucedido en Argentina donde la figura rectora del partido, Victorio Codovilla, promovía él mismo la organización de las mujeres; en Chile, había ciertos resquemores a que se organizara un “partido de mujeres dentro del partido” y llevó a algunos conflictos hacia 1940 (Rosemblat, 2000: 6). Como señala Margaret Power, la alianza entre el gobierno y los Estados Unidos en el Contexto de comienzos de la Guerra Fría, terminaron de completar el cuadro en tanto no sólo hubo una represión del comunismo sino también de los grupos vinculados a él, cualquiera fuera el signo de quienes estuvieran aliados con ellos, tal el caso del movimiento de mujeres chilenas (Power, 2008: 83).15 La ilegalidad del comunismo y su feroz represión fue una faz del gobierno de Carlos Ibáñez que, además, se caracterizó por la incorporación de las mujeres en el Partido Femenino Chileno. Es por ello que, tal vez, la Unión de Mujeres de Chile se conformara más tardía que en otros países.16

Finalmente, es necesario tener en cuenta que las relaciones de poder entre las fuerzas políticas habían cambiado con el conflicto conocido como Batalla de Santiago (2 y 3 de abril de 1957) durante el segundo mandato de Carlos Ibáñez. El enfrentamiento de sectores sindicales y universitarios con el gobierno terminó con una veintena de muertes y cuajó la consolidación de la unión de los partidos de izquierda que ya venía probándose en las huestes electorales desde 1956 bajo el nombre de Frente de Acción Popular (FRAP). Si bien en 1958, el triunfo electoral lo obtuvo la centro derecha con Jorge Alessandri Rodríguez, el crecimiento del FRAP no podía desconsiderarse y el ajustado triunfo que obtuvo frente a Salvador Allende, evidenciaron un contexto político propiciatorio para las fuerzas de izquierda (Varas, 1988; Suercaseaux, 2004; Ulianova, Loyola y Álvarez, 2012).17 La legalización del PCCh, luego de una década de vigencia de la ley de Defensa Permanente de la Democracia que prohibía el comunismo -denominada “Ley Maldita” o “Ley de Defensa de la Aristocracia” según los perseguidos- (Subercasseaux, 2004: 65), ofreció un elemento simbólico extra para el apoyo a que allí se realizara el evento.

La posición del PC en Argentina fue visualizada como más frágil que en Chile mientras que las posibilidades electorales de la izquierda –en contraste con la posibilidad muy lejana de aquella opción en Argentina— sumadas a la necesidad de obtener mayor movilización entre las mujeres, terminaron de decidir la elección de Santiago para la realización del PCLM.

La Unión de Mujeres Chilenas patrocinó la realización del Congreso Latinoamericano de Mujeres. También, las mujeres del PCCh actuaron como activas organizadoras del Congreso destacándose Graciela Álvarez, María Pardo y Julieta Campusano. Finalmente, se sumaron otras cercanas al comunismo chileno y, asimismo, referentes de la cultura de aquel país como Matilde Ladrón de Guevara, reconocida escritora que sin ser comunista (al menos hasta la realización de este Congreso) apoyaba muchas de sus iniciativas.

En este contexto chileno, se volvió a reforzar la propuesta de que el evento se realizaba con amplitud de criterios de participación y se enumeró el heterogéneo grupo de invitadas y adherentes.18 Además de los mencionados de Argentina y de Venezuela, se incluyeron figuras de Chile: María Teresa del Canto, Superintendente de Educación de Chile y otrora alcalde de Santiago por el Partido Femenino, se convirtió en vicepresidenta de la comisión de auspicio, organizaciones civiles, sociales y sindicales (la Acción Católica Chilena y la Unión de Profesores de Chile).

No obstante, poco antes de comenzar el evento, en Santiago se vivió una enorme agitación debido a que se separaron del Congreso buena parte de las entidades organizadoras (especialmente las católicas) así como algunas referentes de la administración del gobierno chileno y de otros países, las cuales, hasta entonces, habían sido activas participantes.

Católicas, guerra fría y anticomunismo: aristas nacionales e internacionales

Las disputas con las católicas y las funcionarias –especialmente en Chile- se suscitaron poco antes del evento debido a que éstas comenzaron a considerar que el PCLM era una “pantalla del comunismo internacional”. El presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt, desestimó la participación de la Primera Dama por esas razones.19 A la par, se produjo un conflicto porque, en el Boletín Informativo del Congreso, no aparecían consignadas más de 40 “instituciones femeninas democráticas”.20 Según la prensa chilena, ya en las reuniones preparatorias, éstas habían objetado el control de la ortodoxia comunista sobre los puestos directivos. Se retiraron, entre otras, la Unión de Profesores de Chile “que había solicitado que la presidencia de la comisión organizadora se ejerciera en forma rotativa”, María Teresa del Canto21 y Elena Pablo de Troncoso, dirigente de la Acción Católica.22 Asimismo, aparecían organizaciones sindicales renunciando, a través de sus delegadas, a participar en el Congreso. La CUT se apresuró a afirmar que dichas organizaciones y supuestas representantes no eran tales y contrarrestó las renuncias con la denuncia de esa falsificación.23

Según Matilde Ladrón de Guevara, la campaña de boicot estaba iniciada por Carlos de Baraibar, periodista del diario conservador El Mercurio de Chile y miembro del Congreso por la Libertad de la Cultura, a quien acusaba de haber informado que el Congreso Latinoamericano de Mujeres había sido gestado por la FDIM, sindicada de organización del comunismo internacional, mientras que el periódico El Siglo desestimaba que el evento se hubiera sufragado con el oro de Moscú.24

Vale decir, funcionarias del gobierno y dirigentes católicas, hasta entonces activas organizadoras el PCLM, manifiestan su escozor con la prevalencia que imponen las comunistas y, asimismo, se desmarcan de lo que consideran posturas extremistas en evidente referencia a las acciones armadas de Cuba y al dominio que su delegación femenina comienza a proyectar en la organización. A continuación quisiera considerar el papel que tuvieron las entidades católicas en estas acciones y evidenciar lazos con otros organismos internacionales.

A partir de entonces, a ambos lados de la Cordillera, las agrupaciones católicas repudiaron el Congreso. Las chilenas lo hicieron “no por participar en él delegadas comunistas sino por ser antidemocrático y poco representativo, ocultando sus verdaderos fines bajo un llamado amplio a todas las mujeres”, por lo que se habían dado cuenta de que su participación serviría “de pantalla para mantener ocultos estos designios”25 y que el evento tenía finalidades de “orden político de naturaleza extremista”.26 Las mujeres católicas se escudaban, así, en que su participación había sido genuina sin saber que estaban siendo engañadas en nombre de ideales nobles. Por su parte, el diario católico El Pueblo de Buenos Aires, afirmó: “Es indispensable un activo y amplio esclarecimiento, el comunismo internacional acecha agazapado en su caro mimetismo. El próximo Encuentro de las Mujeres de Latinoamérica es su obra. La tolerancia juega en su favor y cualquier equivoco será de efectos irreparables”.27 Finalmente, agrupaciones laicas y confesionales católicas argentinas publicaron una solicitada en la que denunciaban que la FDIM había perdido su status consultivo en la ONU en el contexto de la Guerra de Corea, que las Uniones de Mujeres eran filiales de ese organismo y concluyeron que –a diferencia de sus pares chilenas que habían tenido que pasar por algunas situaciones hasta reconocerlo- “las entidades femeninas argentinas no comunistas, por tener sindicadas a las asociaciones y dirigentes femeninas que pertenecen a esa ideología, no respondieron a sus reiteradas invitaciones”. Asimismo, consideraron que por ello, la delegación local era tan escuálida y que, con la ausencia católica, se promovió “la no concurrencia de una delegación auténticamente representativa de la mujer argentina”.28 Entre otras, adherían El Centavo; Protección a la Joven y Liga de Madres de Familia.

Estas organizaciones, además, colaboraban estrechamente con la labor del gobierno del Presidente argentino en cuyo entorno se comenzaba a discutir cada vez con más fuerza la sanción de una ley que prohibiera el comunismo.29 En Chile, por su parte, según Margaret Power, los partidos de derecha habían sabido captar a las mujeres como “militantes, propagandistas y candidatas” y explican muchos de sus éxitos electorales desde que éstas pudieron ejercer el sufragio (Power, 2008: 71 y 98). La articulación entre esos partidos y la Iglesia Católica fueron elementos centrales que terminaron por decidir el papel central que las mujeres tuvieron en esa alianza (Power, 2008: 71 a 95), algo que la realización del PCLM pudo haber intentado neutralizar, evidentemente, sin éxito.

Ahora bien, en conjunto, estos acontecimientos pueden engarzarse en una mirada más amplia que nos remite a la acción política del catolicismo y sus manifestaciones no sólo locales sino, primero, internacionales. Para algunas autoras, en el contexto de la Guerra Fría, se pierde de vista que el bloque occidental también fogoneó organizaciones del corte de la FDIM las cuales, no obstante, han sido vistas como neutrales por una historiografía complaciente con esa mirada. Ello ha llevado a que sólo se considere politizada e ideologizada a la FDIM como comunista, mientras que se presentan como a-políticas las estrategias políticas del bloque occidental (de Haan, 2010). Algunos estudios han evidenciado el derrotero de las organizaciones norteamericanas en alianza con la CIA y el gobierno de los Estados Unidos en contra de las organizaciones identificadas como pro comunistas en el plano internacional. Éstas asumieron la idea de una “paz positiva” frente a una “ofensiva de la paz” que atribuyeron al bloque soviético en el devenir entre la Primera Guerra Mundial y el fin de la Guerra Fría (Laville y Wilford, 2002: XII).30 Organizaciones como el Congreso Nacional de Mujeres tuvieron estrategias precisas para evitar que la FDIM y la URSS quedaran como únicas defensoras del bienestar infantil, los derechos de la paz y de las mujeres cuando, según postulaban, éstas habían sido preocupaciones activas del “mundo libre” (Laville, 2002: 57).

En relación con el papel de la religión, si bien existen algunas diferencias interpretativas, hay coincidencia en señalar el papel que tuvo la religión en el contexto de la Guerra Fría. En ese sentido, con distinto énfasis sobre la importancia de su rol, algunos estudios subrayan la cruzada anticomunista del Papa Pío XII en el contexto de la Guerra Fría (Coppa, 2003; Kent, 2003). En esta dinámica, así como existían organizaciones femeninas satélites vinculadas a la Iglesia Católica, que tenían por fin los “Consejos de voto, formación de personalidades políticas, acción de presión parlamentaria extraoficial, publicaciones diversas que permiten un estricto encuadramiento de las masas femeninas” (Sineau, 2000: 577), también su fuerza en algunos países y su confrontación con la izquierda, motivó el surgimiento de organizaciones de izquierda que tuvieron como fin recuperar el electorado femenino y, a su vez, oficiar de contrapeso a aquellos ámbitos de influencia religiosa. En algunos ámbitos, Sineau reconocerá que la campaña de atracción religiosa de las mujeres será sumamente agresiva en Italia y en Francia donde, además de “acciones ante las trabajadoras sindicadas” y “propaganda destinada a las amas de casa”, también se desarrollan “organizaciones femeninas satélite” como las Uniones de Mujeres que responden a lineamientos soviéticos. Para Sineau, en el contexto de la Guerra Fría “no se deja de lado a las mujeres para la lucha ideológica que opone la izquierda marxista a la derecha católica. Por el contrario, se las considera una masa de maniobra con fines propagandísticos opuestos” (Sineau, 2000: 579).

En ese sentido, la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas (UMOFC), según María Salas, a partir de 1952, comienza una etapa de mayor vinculación con organismos internacionales (Salas, 1993: 39): “Las consultoras de la UMOFC en las Naciones Unidas pedían a las organizaciones nacionales una doble contribución: moral y técnica”. Moral, para que los millones de católicos del mundo las apoyaran; técnica porque la consideraban una de las dimensiones de la modernización y el discurso que impulsaba las Naciones Unidas que –no obstante- las católicas rechazaban tanto como las ideologías. Según Salas, estas mujeres afirmaban: “No les interesa si lo que decimos es exigido por nuestro credo, sino si es eficaz o útil, si está bien documentado y bien elaborado. Si es técnicamente interesante, se admite, porque tiene calidad; y con esta calidad hace su entrada la posición católica y todo lo que ésta lleva consigo” (Salas, 1993: 58 y 59). Las católicas estaban dispuestas a la nueva misión apostólica de incorporar el vocabulario de la ONU, en nombre de inculcar su credo.

La avanzada de las católicas en el espacio internacional tenía su correa de distribución en las agrupaciones laicas o confesionales nacionales. A la vez, el efecto derrame de la ONU en los pueblos americanos se evidenciaba en distintos programas de intervención socio-cultural. Estos elementos no pueden desconsiderarse a la hora de analizar las dimisiones al PCLM.

Opciones políticas y de género: “la mujer, la sombra” y “las barbudas”

Finalmente, sin las organizaciones católicas y la renuncia de algunas funcionarias, en especial chilenas; entre el 19 y el 22 de noviembre de 1959, el PCLM tuvo su apertura en la Universidad Nacional de Chile y las sesiones, en el Hotel Carrera. Encabezada por Vilma Espín, esposa de Raúl Castro y conformada por, entre otras, Aleida March, esposa del Che, la delegación cubana fue la más nutrida (ellas eran 88; las venezolanas, 43; 27 argentinas y 12 uruguayas, entre otras) y tuvo un lugar central en el evento.31 A pesar de que la Primera Dama de Venezuela no asistió, estuvo presente el Embajador de Venezuela –Wolfgang Larrazábal, candidato presidencial por el PC Venezuela en 1958-, uno de los tres varones que participó del acto junto con el presidente de la Central Única de Trabajadores, Clotario Blest, y el senador del Partido Nacional Popular, Jorge Lavandero.

Resulta interesante preguntarse qué contenidos conllevaba el programa del Congreso que pudieran haber generado una confrontación entre los sectores que originalmente se habían plegado a él, incluso, cabe preguntarse qué aspectos problemáticos podía tener dentro del propio universo comunista. Estas cuestiones se vieron en un doble sentido. Por un lado, en el lugar que adquirió la Revolución Cubana en la retórica del Congreso y las tensiones –muchas veces larvadas- que apoyar esa revolución significaba para el comunismo. Por otro lado, en lo referido estrictamente al programa del Congreso, señalaremos las propuestas dirigidas a las mujeres y las contradicciones que se generaron entre modelos en disputa.

La Revolución Cubana generó una divisoria de aguas en las posiciones de la izquierda al evidenciar el reformismo de la “vía pacífica” de los PC, lo cual profundizó la discusión que ya había abierto el comunismo chino. En efecto, al menos dos puntos fueron centrales. Uno, las características de “esta revolución” que poco se amoldaban a lo que hasta ese momento había sido “La Revolución”. El país no tenía industrias ni proletariado fabril que llevaran adelante la lucha, las fuerzas productivas se caracterizaban por la preeminencia de la explotación rural y quienes emprendieron la lucha eran, fundamentalmente, universitarios y sectores medios. Cuba tampoco había seguido la línea predominante en el comunismo internacional dirigido desde el PCUS en tanto obvió la vía pacífica e instaló la lucha armada (Ansaldi y Giordano, 2013).

Esto quedó expuesto en el PCLM. La presencia de algunas figuras vinculadas a la URSS y por sus manifestaciones. Eugenié Cotton, dos observadoras búlgaras, tres chinas y una rusa fueron invitadas especiales del acto de apertura. La presencia de Cotton fue la más elocuente evidencia del interés que para la FDIM tenía el evento que contaba con su presidenta acompañándolo. Ella y las delegadas del bloque soviético brindaron por la amistad de las latinoamericanas y las soviéticas.32 Prácticamente, fueron las únicas que hicieron mención especial a la URSS y a Nikita Jruschov.33 La presencia de las representantes búlgaras evidenciaba, asimismo, el apoyo a la URSS en tanto –tras las depuraciones en la cúpula gobernante- Bulgaria se había mantenido fiel a la política stalinista. Sin embargo, no hubo manifestaciones efusivas respecto de las llamadas “nuevas democracias”, locus que había caracterizado la prédica del comunismo en el período anterior (Valobra, 2010; Perrig, 2013). En efecto, tras la muerte de Stalin, la situación en la Europa del Este era tensa. Acontecimientos como el levantamiento de Hungría en 1956 y la ejecución, en junio de 1958, del ex Primer Ministro Imre Nagy –disidente de la política de la URSS- no tuvieron lugar en las reflexiones de este Congreso. También, fueron escasas las referencias a China. Fue la Revolución Cubana la que ganó centralidad, en particular, desde la prensa comunista argentina. La presencia de la delegación de mujeres de la isla fue vitoreada y mencionada por todas las participaciones que, en menor medida, se refirieron a otras situaciones conflictivas del continente americano. Según algunos medios, al grito de “Cuba Libre” y “Venezuela Libre” se dio comienzo el Congreso. Margarita de Ponce, presidenta de la UMA y responsable del evento, afirmó: “Los pueblos de América influenciados por la situación mundial y por el ejemplo de los pueblos de Asia y África, en la lucha por la libertad se incorporan al movimiento de Liberación Mundial y marchan decididos hacia el progreso y la paz. Los estimula el ejemplo heroico del pueblo cubano que con Fidel Castro al frente ha establecido en Cuba un gobierno democrático y popular”.34

La recepción de la Revolución Cubana en los partidos comunistas fue heterogénea (Acha y D’ Antonio, 2010). Los primeros momentos de aquella rebelión generaron dudas sobre su destino y algunos llegaron a considerar que Fidel Castro y el movimiento 26 de julio eran “aventureros pequeño burgueses” (Yopo, 1988: 383). A medida que fue pasando el tiempo, mientras algunos fueron sus detractores por la propuesta armada y la extensión que algunos líderes como Ernesto Guevara impulsaban respecto de llevar a otros países aquella empresa; otros le dieron la bienvenida generando, incluso, rupturas con el Partido en los años 60 o, asimismo, la sostuvieron dentro del mismo PC a ambos lados de la cordillera (Massholder, 2011; Yopo, 1988). Semejante situación se registró en Chile (Alonso Daire, 1988; Benavídes, 1988; Subercaseaux, 2004). En el momento en que se realizaba el PCLM, en todo caso, si bien Cuba dejaba abierta la discusión sobre las “vías al socialismo”, en las alocuciones se refleja la bienvenida a la “vía revolucionaria” cubana, sin desdeñar la “vía pacífica” sostenida por la URSS.35 Independientemente de cuál era la vía asumida por Cuba, se concentraron en cómo las transformaciones habidas allí beneficiarían a las mujeres, particularmente, como madres que podían encontrar finalmente la dicha para sus familias. Sobre esto nos enfocaremos a continuación.

Las investigaciones han señalado que durante la política de frentes, la amplitud de criterios que impuso en el sistema de alianzas conllevó la construcción de un modelo asequible para el universo amplio que se esperaba convocar. De ese modo, una visión maternalista se ensambló con una antifascista y pacifista que logró –en contraste- una salida de las mujeres al espacio público en nombre de la vida de sus hijos (Perrig, 2013; Casola, 2013). Esta es la paradoja que encierra lo que ha dado en llamarse el dilema Wollstonecraft. No obstante, otras tensiones aparecieron en ese modelo durante el período mencionado. Insistentemente, hasta mediados de los 50, se repetía en las notas sobre las “nuevas democracias” mostrando que allí, la mujer no era una víctima del sistema económico sino que se incorporaba “a la utilidad creadora” que enriquecía su vida.36 En cambio, la opresión capitalista la embrutecía sin que pudiera acercarse a su propia libertad y generar beneficios al “desarrollo del país”.37

Asimismo, en virtud de las relaciones con feministas y otros movimientos de mujeres que desde los años 40 desplegara el PCA, la UMA había heredado un conjunto de demandas vinculadas a los derechos civiles: patria potestad compartida y divorcio. Por su parte, la retórica de Nuestras Mujeres, la revista de la UMA, no se separaba de aquellas experiencias sino que las incluía como parte de una tradición en la que inscribirse.

Sin embargo, ya en las actividades preparatorias realizadas por las chilenas, los vínculos con aquellos sectores fueron desconsiderados e, incluso, criticados por algunas partícipes y exaltados por otras. Según Ladrón de Guevara, los contenidos programáticos significaban que “las mujeres han comprendido de una vez por todas que, a pesar de haber obtenido los derechos políticos y algunos de orden jurídico, en la práctica no han obtenido igualdad ni en la remuneración del trabajo, ni en la libertad de sus funciones frente a la sociedad establecida por hombres”. Concluía: “No se trata de seguir por el viejo camino de las sufragistas. Es otra etapa” (Ladrón de Guevara, 1959: 1). De esta forma, Ladrón de Guevara se distanciaba, incluso, de sus propias experiencias pasadas. Por su parte, la dirigente Elena Caffarena, reivindicaba la lucha del MEMCH por los derechos políticos, considerados un primer paso encadenado con el Congreso al que se aprestaba a participar.38

La convocatoria del Congreso se estructuró, en el momento inicial, alrededor de tres puntos generales: “el primero, Derechos de la mujer como madre, trabajadora y ciudadana; el segundo, Derechos de la infancia a la salud, la educación, el bienestar y la seguridad y, finalmente, La defensa de la paz y la soberanía nacional”.39 Este último punto del temario alcanzó, luego, más detalle y se convirtió en “la salvaguarda de la vida de las generaciones presentes y futura, la soberanía, el progreso y la cultura de nuestros pueblos”.40 La generalidad de los planteos estaba vinculada, nuevamente, a la amplitud que se pretendía brindar a la convocatoria. De allí que su contenido invocara lugares comunes que, en cierto sentido, se creían incontestables: eran los que remitían a las distintas posiciones que ocupaban las mujeres en la vida social: madre, trabajadora y ciudadana. Era por estos roles que las mujeres debían ser consecuentes con el segundo y tercer punto del temario. El segundo, no las involucraba más que como madres y era un derecho para sus hijos más que para ella.

Ahora bien, en la prensa de la UMA así como en la chilena, prácticamente no hubo registro de ningún derecho específico de las mujeres. Si bien hubo en cada país equipos que se ocuparon de confeccionar informes con estadísticas actualizadas que fueron discutidas en los plenarios en Santiago de Chile, estos estudios previos no se plasmaron en las conclusiones del evento que, en general, estuvieron orientadas a subsumir los derechos “propios” de las mujeres a los de las causas revolucionarias, la reforma agraria, el imperialismo extranjero, la monoproducción y los pactos militares.41 Una frase puede ser reveladora al condensar los sentidos con que se consideraron los tópicos femeninos: “en cada una de las conclusiones de sus diferentes comisiones surgía como condición previa para resolver los problemas de la mujer y de la infancia, que la tierra fuera de quien la trabaja”.42 Poco se explayaron sobre la relación entre la condición de la mujer y cómo se superaría con la posesión de la tierra. El estado de desarrollo y dependencia nacional fueron los ejes sobre el que se concentraron para justificar la revolución en distintos aspectos, y apenas si consignaron “a igual trabajo, igual salario”, antiguo slogan en boga aún en esos años.

Durante el Congreso Latinoamericano, Eugenie Cotton afirmaba en la apertura que “la mayoría de las veces las mujeres son consideradas como auxiliares del hombre, no como iguales”, entendía que “no había problemas puramente masculinos ni puramente femeninos. El problema real es el de la asociación de hombres y mujeres sobre bases justas”.43 Sin embargo, la retórica de las partícipes fue más ondulante. Los problemas propios de las mujeres no se reconocieron como parte de una lógica de género sino que se subsumieron a los problemas económicos y sociales de los pueblos en general y estaban inscriptos en la lógica del discurso antiimperialista y la retórica de la paz: “Bien sabemos que las mujeres tienen problemas específicos en su condición de asalariados, puesto que a ellas se les pagó por el mismo trabajo un sueldo menor. Existen también diferencias de derechos respecto a los bienes, ya sean propios o gananciales y respecto al ejercicio de la patria potestad. Son distintas las posibilidades de acceso a lo cultural y al ejercicio de las profesiones”.44

En el contexto del Congreso, la tónica instalada por Ladrón de Guevara –y por sus pares argentinas- retomó la prédica del modelo femenino más canónico y fue sobre ella que se posó el Congreso. Consignaba que el varón “no tiene valor o posee un orgullo exagerado para hacer a la mujer su IGUAL (mayúsculas en el original)”. En su voz, la volición masculina debía reconocer a las mujeres condiciones de igualdad. Es decir, depositaba en ellos todavía la decisión de la designación femenina en su individualidad. Empero, esa igualdad no quedaba clara y se sumergía en una visión complementaria: “Los hombres cultos e inteligentes jamás han negado a La Mujer la posibilidad de que, sin perder sus propias cualidades, pueda complementarlo para desarrollar la existencia en forma armoniosa”. La mujer tenía una infinidad de tareas para concluir que “Tal como la mujer es la creadora que plasma al género humano, no podría apartarse jamás de la perspectiva para el hijo y de su futuro”.45 Pablo Neruda había completado esas representaciones al enviar un poema dedicado al Congreso que reforzaba las figuraciones de la mujer en una perspectiva que colocaba al varón en el centro de la comparación: “Antes del hombre la mujer, la madre/durante el hombre, 1a mujer, la esposa/después del hombre, la mujer, la sombra”. Esas visiones la invocaban como “compañera del preso y del soldado”, pero no la consideraba en esos roles sino que su lucha se daba en la búsqueda de la unidad para que con las herramientas de la paz “ayudaran al nacimiento de la igualdad y la alegría”, vale decir, la metáfora de la maternidad volvía a colocarse en el centro de las consideraciones de la condición de mujer. Las abundantes tapas y notas de Nuestras Mujeres con madres y niños que imploraban la paz o notas que mostraban a las mujeres de la UMA en su vida cotidiana lavando, planchando, cocinando y llevando a los niños al colegio,46 acompañaban estas nociones esbozadas por la escritora chilena.

Esto tenía su contraparte en la visión del sujeto cuya intervención llevaría adelante el proceso revolucionario. En ese contexto cobraba relevancia la Revolución Cubana políticamente, como mencionamos. Ahora bien, en relación con la problemática de género cabe mencionar que el tópico de la guerra y el de la lucha revolucionaria suelen exaltar los valores de virilidad. “Los barbudos” era una expresión que connotaba no sólo un tono ciertamente despectivo respecto de aquellos que habían bajado de la sierra y no tenían la presencia de las formalidades sociales, sino que, además, con ese costado “salvaje”, connotaba también el costado masculino del que lucha descarnadamente por lo que cree que lo vale. La literatura sobre este tema para fines de los 60 y los 70 evidencia cómo se contrapone ese modelo de virilidad con el de una feminidad subordinada a la que le corresponden roles de la retaguardia y compañera del hombre que entra en cierta tensión cuando se plantea la lucha armada y algunas mujeres corren el peligro de masculinizarse.47

Sin embargo, la actuación de las mujeres en la Revolución Cubana así como la llegada de la delegación cubana al Congreso mostró una paleta de colores más gamado que el blanco sobre negro del binarismo. La prensa de la UMA jugó en algunos artículos con el impacto de la actuación de las mujeres en la lucha armada. Así, la nota titulada “Soldado, Violeta Casals, actriz” jugaba con las posiciones biográficas que había asumido esta mujer durante la revolución actuando no sólo en el área de propaganda y enlace de comunicación sino como soldado; algo que contrastaba con los cánones de género modélicos fuera de la isla. No había en la nota ninguna preocupación por su masculinización, lo que de modo subliminal se comprobaba con las fotos con las que se acompañaba la nota. Casals, por su parte, en sus discursos en Buenos Aires, había convertido a toda la población cubana en potencial soldado que moriría por la causa, al afirmar que “para detener la revolución cubana tendrían que exterminar a los seis millones de habitantes de Cuba”.48 Varones, mujeres, niños; sin importar su posición, rol o edad, defenderían la Revolución. Paralelamente, la periodista Sara Papier se dedicaba a recordar la figura de Luisa Michel como “Soldado de la libertad” y destacaba la acción de la “virgen roja” en el batallón 61 en el levantamiento comunero de 1871 en Francia.49 Los paralelismos apenas se disimulaban en la exaltación de estas mujeres en armas.

El Siglo también subrayó –aunque no fue la tónica predominante en este medio- las palabras de Aleida March quien expresaba “estamos tan dispuestas como los hombres a tomar un fusil y pelear por ella [la revolución] como ya lo han hecho muchas cubanas”.50 Por su parte, la prensa comercial chilena, con un posicionamiento contrario al gobierno de Alessandri como el del diario Clarín de Chile –de tirada importante y tono popular-, hizo referencia a las cubanas como “las barbudas”. Algunos contenidos de las notas, volvían a la retórica de complementariedad y resituaba a las guerrilleras en relaciones familiares y por su estado civil: “una impresionante delegación de <barbudas> cubanas (…) 3 son abuelitas, 48 son casadas y mamás y 23 son solteras”. Otras, las referían por su relación con los viriles líderes del movimiento revolucionario: “guerrilleras y esposas” de Raúl Casto y el Che. El titular “espera un guerrillero” observaba la situación singular de las embarazadas de la delegación a la vez que suponía una continuidad “genética” de la guerrilla a través del vástago. Las notas tienen un tono efectista que intentaba captar la atención del público, sin embargo, también, evidencia que estas mujeres podían ser guerrilleras y madres, rompiendo la dualidad hegemónica donde una feminidad maternal era incompatible con la lucha armada.

La búsqueda de la unidad de las mujeres por su condición de tales se abroquelaba alrededor de elementos definitorios de su naturaleza que la acercaban, incluso, a posturas que se encontraban en sus antípodas ideológicas y, en esta coyuntura, habían ganado centralidad respecto de otras más libérrimas. Sin embargo, en términos de género, el impacto de la Revolución cubana se hizo visible. Si en los años 60, Gilman se extraña por la presencia de las mujeres en el universo del intelectual comprometido con la revolución (Gilman, 2012: 385-388), en este momento, al mostrar un modelo de mujer guerrillera –antes maestra, actriz, estudiante o ama de casa y, también, madre, hija o esposa- se inaugura una relación entre género y lucha armada y, también, entre género-intelectuales y lucha armada –problema manifiesto en los años 60 y 70, pero que encuentra en estos años manifestaciones incipientes insoslayables— (Andújar, D’Antonio y Gil Lozano, 2009).

Consideraciones finales

A lo largo de este estudio, evidenciamos que bajo la forma de conflictos de distinto orden, las tensiones de la Guerra Fría atravesaron diferentes ámbitos y tuvieron claras manifestaciones en relación con la movilización de las mujeres, la convivencia en ámbitos no gubernamentales y supranacionales y, asimismo, cobraron distinto cariz en el plano local. La decisión de realizar el PCLM evidencia que América se había convertido en un nuevo espacio en disputa en el contexto de la Guerra Fría. La realización de un Congreso en este ámbito motorizado por la FDIM permite captar, también, la estrategia del comunismo internacional en pos de un nuevo realineamiento de las organizaciones a distinta escala geográfica, pero no menos la de Estados Unidos en la diatriba contra estos emprendimientos. Las iniciativas de la FDIM estaban en consonancia con la acción de otras organizaciones internacionales vinculadas al comunismo por medio de las cuales, la URSS, promovió una amplitud política para la “necesaria” estabilización de relaciones de “coexistencia pacífica”. Sin embargo, como vimos, se trató de una política con límites claros en el contexto de la Guerra Fría cuando el mundo occidental construyó discursos virulentamente anticomunistas. De alguna forma, ello complejiza la dinámica propuesta por Anderson que estableció una relación unilateral entre los organismos internacionales y los nacionales alineados con ellos sin tomar en cuenta el papel de otros organismos como los católicos o las Naciones Unidas que vehiculizaron prácticas con intereses contrapuestos. También, evidencia una enorme paradoja de los comunismos. Así como durante el período peronista, la estrategia del PCA de apoyar lo positivo y criticar lo negativo (Altamirano, 2001), dejó al partido aplaudiendo algunas propuestas del gobierno mientras se perseguía y torturaba a sus militantes, cuando no se los asesinaba; los esfuerzos por aparecer como partidarios de la amplitud política y la democracia, no les ahorró ni la ilegalidad ni las persecuciones ni las campañas difamatorias en cada ámbito nacional. En ese contexto local, las alianzas y conflictos coyunturales estuvieron atravesados por aquella lógica de disputa en el contexto de la Guerra Fría.

Por otro lado, no es menos cierto que el evento habla no sólo de las propuestas comunistas en el plano internacional y local. En efecto, la retirada de las organizaciones católicas del PCLM y las denuncias de desenmascaramiento que expresaron pueden ser leídas de otro modo. En efecto, si las vinculaciones de la FDIM con el comunismo son evidentes, no es menos cierto que entre las que renunciaron a participar se reconoce un variado arco de integrantes sin afiliación comunista. Además, la mentada ingenuidad de las organizaciones católicas parece bastante pueril al conocer las líneas de intervención política que desde el Vaticano se formulaban como la UMOFC o que, desde la ONU, se impulsaban a través de instituciones “del bloque occidental” consideradas neutrales. Incluso, dada la recurrencia de acercarse a estas actividades propuestas por las comunistas, para luego alejarse y denunciarlas; podría pensarse que ésta fue también una táctica de intervención política que pretendió desprestigiar a las comunistas y, a la vez, posicionar a las católicas como democráticas. De este modo, el Congreso pudo haber significado un intento de encontrar espacios de diálogo alternativos a la ONU durante el período de falta de status consultivo de la FDIM. En ese sentido, se comprende que haya tenido una apuesta vasta en su convocatoria, lo que el comunismo no consideró incompatible con la pretensión de colocar bajo su órbita el proyecto. Sin embargo, no es menos cierto que la suma de voluntades había sido amplia y había logrado adhesiones de grupos heterogéneos tanto católicos como provenientes de sectores sensibilizados con la Revolución Cubana o de partidos variados a un lado y otro de la cordillera. Si el congreso fue acusado de pantalla comunista, la deserción de las católicas a último momento –aunque organizadoras en un primer momento- puede ser leída en clave de estrategia anticomunista.

La movilización desde el campo de la izquierda por interpelar a las mujeres tenía por objeto disputar un terreno en el que los sectores de derecha chilenos habían sabido sacar en provecho propio. Como ha quedado expuesto, las líneas internacionales del catolicismo y las formas en que se instalaban en cada caso nacional evidenciaban los vínculos estrechos que las organizaciones católicas tejían con distintas instancias de poder Argentina y en Chile y las estrategias que desarrollaban para combatir el comunismo. Además, el PCLM fue rico en mostrar una serie de conflictos que excedían las luchas intersticias entre el Este y el Oeste o que, en todo caso, mostraban las contradicciones de una propuesta organizativa de las mujeres. En este sentido, es interesante destacar que las propuestas de los sectores en disputa mantuvieron estructuras separadas para la actuación de las mujeres en la arena política. El Congreso las ponía en escena a través de la emergencia de mujeres singulares que se convertían en sus voceras: particularmente cierto fue en el caso de las cubanas. Las consignas tenían un tono propedéutico en exceso amplio que permitía la captación de un público amplio y una didáctica “por goteo” que hacía que estas ideas ganaran aceptación. Pero cómo se llevaría adelante el proceso para su consecución no era claro. Durante todo el Congreso y captado por los medios y, también, reproducido como parte del sentido común; las mujeres –como complemento del varón- podían adquirir nuevos derechos, especialmente como madres, y en pos de sus hijos. No obstante, la exaltación de “las barbudas” que –efectivamente- habían concitado el interés de las partícipes y las organizadoras mismas las habían colocado en un lugar central, más simbólica o más explícitamente, proponían dos caminos. Por un lado, rompían con los estereotipos binarios donde las mujeres eran madres y los hombres soldados; conjugaban la posibilidad de la maternidad y la lucha armada. No obstante, como también se deduce de lo expuesto, estas cuestiones no significaron la elaboración de una agenda continental revolucionaria en términos de género sino que fueron subsumidas a las lógicas interpretativas del comunismo. Por otro, “las barbudas” reforzaban la lógica de la vía armada para la revolución que contrastaba con las propuestas del PC para América Latina sobre la vía pacífica.

Apenas si comenzamos a ver la punta del iceberg sobre este proceso. Aún se aguardan indagaciones sobre las coyunturas específicas posteriores, el estudio de las relaciones internacionales que tanto se avivó respecto del período anterior; las manifestaciones más grandilocuentes de la Guerra Fría en el ámbito local y consignar de qué modo se dio la movilización de las mujeres en un período que ha quedado ciertamente desconsiderado en las investigaciones sobre el tema y que requiere de más visibilización y reflexión crítica.

Notas

1 Quisiera agradecer a Beatriz “Tati” Muñoz, Emilia Segotta y Nuria Pérez Yacky del PCA por los auspicios para dar con las fuentes que me permitieron abordar la mirada desde Argentina. A Sandra Molina y a Luis Felipe Caneo por su colaboración en la pesquisa de documentos en Chile y a Diego Labra, por su cuidado trabajo de digitalización. A Manuel Loyola por las sugerencias documentales, a Ximena Göecke, a Francesca Grez y a Adrián Celentano, por su orientación bibliográfica y la reposición de materiales que perdí durante la inundación que azotó mi hogar en La Plata, en 2013. A Corinne Antezana Pernet y Jadwiga Pieper Mooney por facilitarme bibliografía relevante para esta investigación. A Anabella Gorza, Nicolás Quiroga, Jorge Nállim, Elena Scirica, las personas que realizaron el referato y nuevamente a Jadwiga, por su lectura y recomendaciones para mejorar el artículo o su versión ponencia. A las personas entrevistadas, por la riqueza de su testimonio.

2 Papier, Sara, “Perspectivas del Encuentro Latinoamericano de Mujeres [entrevista a F. Edelman]” en NM, nº 90, enero de 1959, s/p. También, Comisión Provincial por la Memoria, UMA, La Plata, 2011.

3 Ladrón de Guevara, Matilde, Apostilla documento Congreso Latinoamericano de Mujeres, 1959, p. 2. Si bien la carta se encuentra sin firmar y está en un evidente estado borrador a diferencia de otra del corpus que es la versión definitiva y firmada por ella, es interesante mencionar el equívoco. En este caso, habrían sido las latinoamericanas con participación activa de Argentina, Chile, Uruguay, Brasil y Venezuela, las que tomarían la iniciativa de un Congreso y creación de un instituto supranacional veedor para América Latina.

4 En 1953, durante la 15º sesión del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas reunida en Nueva York se expuso que Estados Unidos no había admitido el ingreso de una representante de la FDIM en la ONU, Margarette Rae Luckock, esgrimiendo que se había retenido su visa “con el fin de salvaguardar América”. Economic and Social Council, International Organization, Vol. 7, No. 3 (Aug., 1953), pp. 386-399.

5 Para algunas investigaciones contó con un perfil feminista entre sus componentes y en su programa e, incluso, tuvo diferencias con la línea soviética a la que no siguió taxativamente (de Haan, 2010; Piepper Mooney, 2013).

6 De sus 7 integrantes, una era diputada nacional por la UCRI y otra, secretaria de Actas del Partido Demócrata Progresista. El resto, incluía profesionales de la salud y la educación, algunas de ellas militantes del PCA.

7 La Comisión argentina se conformó definitivamente en septiembre de 1959. Aquí, se vuelve a encontrar que el Secretariado Ejecutivo se integró con mujeres del ámbito sindical, entre ellas una de presumible raigambre peronista, y otras del PC, afiliadas o compañeras de ruta.

8 La Nación, “Acción del comunismo en la América Latina”, 27 de octubre de 1959, p. 2. La cita referencia el contenido de las notas de la revista US News and World Report.

9 NM, “Reportaje a Nélida Baigorria. Diputada Nacional”, mayo 1959.

10 Entrevista de la autora a Legisladora de la UCRI, MC, Córdoba, 2 de octubre de 2014.

11 Entrevista a ex militante de la UCRI, Córdoba, 2 de octubre de 2014.

12 En la acción de masas impulsada desde los años 30 con la política de frentes, las comunistas se integraron a variadas experiencias multipartidarias y multiclasistas como la Unión Argentina de Mujeres (1936, UAM) y la Junta de la Victoria (1941, JV). Durante el gobierno peronista y agotada la experiencia de la JV, las comunistas intentaron reeditar esa experiencia y conformaron la Unión de Mujeres de la Argentina (UMA, 1947) (Valobra 2005 a y b, 2010). El éxito de la empresa multipartidaria de la UMA debe estimarse en las coyunturas específicas. Entre 1947 y 1949, es evidente la heterogeneidad de las partícipes muchas de las cuales vienen de la JV (Deutsch, 2012). Desde 1949 y hasta 1955, esta multi-representación se pierde y predominan las comunistas. Entre 1935 y 1955, cuanto a sectores más amplios convocaban las comunistas, más amplias debían presentarse las consignas. Asimismo, a una mayor represión política, hubo mayor presencia comunista.

13 Comisión Provincial por la Memoria, UMA, 2011. Varios Legajo 55, p. 4.

14 Comisión Provincial por la Memoria, UMA, 2011, p. 9; NM, “Defendamos las libertades”, nº 98 noviembre de 1959. La Nación, “Unión de Mujeres de la Argentina”, 10 de octubre de 1959, p. 2.

15 La organización en 1935 del Movimiento Pro Emancipación de la Mujer en Chile (MEMCH), con todo, evidenció vínculos con las comunistas. A diferencia de la estructura social de Argentina, la división de clases chilena –más dicotómica— permitió que el MEMCH se proyectara en sectores de baja extracción particularmente fuera de las áreas urbanas de Santiago (Antezana Pernet, 1995). La relación entre las memchistas y el PC se fue estrechando y transformó al MEMCh en la organización feminista más radical, independiente y longeva de la época, así como también la más criticada” (Rosemblat, 2000: 3). En 1944, en pos de conseguir el voto femenino, se integró a la Federación Chilena de Instituciones Femeninas (FECHIF), dirigida por la reconocida sufragista Amanda Labarca. Sin embargo, el MEMCH fue expulsado de la FECHIF tras la declaración de su ilegalidad en 1947. Poco después, al igual que otras organizaciones, desapareció. Esa desaparición no se produjo sólo debido a las maniobras gubernamentales sino, también, al desgaste devenido de los juegos que el Partido Comunista Chileno (PCCh) llevó adelante para desplazar a las feministas más radicales del MEMCH, quedando en él el grupo más conservador (Rosemblat, 2000: 4). Entre los años 40 y 50, es el período que según Julieta Kirkwood, coincide con el “silencio feminista” (Kirkwood, 1986: 77). Sin embargo, algunas miradas cuestionan esa lectura y consideran que las comunistas levantaron las banderas del feminismo en esos años (Poblete, 1993: 100). Entre 1950 y 1973, la militancia dentro del PCCh pregona que existe una sola militancia sin distingos de género, sin embargo, “se da una concepción especifica acerca del rol militante de las mujeres, es decir, concibe una <cuestión propia de las mujeres>, por ello es que posee un Frente Femenino” (Fernández-Niño, 2012: 6). Para algunas autoras, la identidad de género fue precaria en las militantes comunistas de la segunda mitad del siglo XX (Rojas Mira, 2012).

16 Ésta se conformó en 1953, encabezada por Lía Laffaye de Muñoz, quien había sido diputada por el Partido Femenino de Chile por Valdivia a mediados de la década del 40 (Klimpel, 1962: 108-109). Es decir, si bien de orientación de izquierda, su inserción parlamentaria había obedecido a otras movilizaciones políticas.

17 El PCA apoyó entonces la vía chilena llegando la Unidad Popular, en los años 70, a ser el “modelo que más se identificaba con la estrategia del PCA” (Casola, 2012: 73).

18 Papier, Sara, “Congreso Latinoamericano de Mujeres [Entrevista a Susana Fiorito]”, octubre de 1959. El Siglo [Santiago de Chile], “Editorial: Congreso de Mujeres”, 18 de noviembre de 1959, p. 3.

19 Comisión Provincial por la Memoria, UMA, 2011. Varios Legajo 55, p. 4.

20 El Pueblo [Buenos Aires], “Denuncian en Chile la infiltración comunista al Congreso Latinoamericano de Mujeres”, Año LX, N°19.522, 18 de noviembre de 1959, p. 2.

21 La Nación, “Fracaso de una reunión femenina”, La Nación, 20 de octubre de 1959, p. 2.

22 El Mercurio [Santiago de Chile] “Numerosas delegaciones comunistas participarán en Congreso de Mujeres”, 18 de noviembre de 1959.

23 El Siglo [Santiago de Chile], “Dirigentes de la CUT desmienten falsedades de <La Nación>, 19 de noviembre de 1959, p. 14. Según los dirigentes, no eran sindicatos: Federación Nacional Hospitalaria de Chile, Federación Nacional de Empleados de Chile, Federación Nacional Campesina y Confederación de Trabajadores del Litoral de Chile. Se desconocía, asimismo, a María Gallardo como secretaria de la organización femenina textil, resultando que la Federación Textil participaba del PCLM; ni tampoco Julia Barrera era representante del gremio petrolero, sindicato que era exclusivamente masculino.

24 El Siglo [Santiago de Chile], “El comité de auspicio desmiente falsedades de El Mercurio”, 8 de noviembre de 1959, p. 7. La prensa argentina se hacía eco del editorial publicado por Baraibar con esa acusación. La Nación, “Fracaso de una reunión femenina”, La Nación, 20 de octubre de 1959, p. 2.

25 El Mercurio [Santiago de Chile] “Expresan repudio a Congreso Femenino Latinoamericano”, 18 de noviembre de 1959.

26 La Nación, “Fracaso de una reunión femenina”, La Nación, 20 de octubre de 1959, p. 2.

27 El Pueblo, [Buenos Aires], “Denuncian en Chile la infiltración comunista al Congreso Latinoamericano de Mujeres”, Año LX, N° 19.522, 18 de noviembre de 1959, p. 2.

28 El Pueblo, [Buenos Aires], “Solicitada. Declaración sobre un Congreso Comunista”, Año LX, N° 19.534, 30 de noviembre de 1959, pp. 10-11.

29 Cuando Frondizi llegó al gobierno, designó a Blanca Stábile –partícipe de la intransigencia radical convocada por Rogelio Frigerio a la revista Qué sucedió en 7 días- para ocupar la Dirección Nacional de Seguridad y Previsión Social de la Mujer, creada por decreto en agosto de 1958. Su gestión estuvo acompañada por un grupo heterogéneo de mujeres en el que tuvieron un enorme predominio las vertientes de origen católico (Barrancos, 2008). Como hemos señalado en otros estudios, la estrategia de la Dirección privilegió, a falta de entornos propios, los de las agrupaciones católicas que, además, tenían con la militancia radical una historia de lucha antiperonista y habían encontrado durante el gobierno militar inmediato anterior así como con el frondizismo, ingerencia en espacios relevantes del gobierno (Valobra, 2013).

30 Concretamente, además de la FDIM, la División de Organizaciones internacionales de la CÍA identificaba como agrupaciones prosoviéticas a la Asociación Internacional de Abogados Democráticos, al Consejo Mundial por la Paz, la Unión Internacional de Estudiantes, la Federación Mundial de Jóvenes Democráticos, la Organización Internacional de Periodistas y la Federación Mundial de Sindicatos (Laville y Wilford, XII).

31 Comisión Provincial por la Memoria, UMA, 2011. CPM, recorte periodístico “Inicióse el Congreso Latinoamericano de Mujeres de Santiago, Varios Legajo 55, UMA, 2011, p. 5.

32 El Mercurio [Santiago de Chile], “Será clausurado hoy el Congreso Lt. de Mujeres”, 22 de noviembre de 1959.

33 Según Cotton, las proposiciones de Jruschov se correspondían con cambios profundos en las posibilidades del hombre. Finalmente, consideró que “en Rusia, la mujer” adquiría “su verdadero valor, al ser igual que el hombre en sus derechos”. NM, “Nace una esperanza”, nº 99, febrero de 1960.

34 NM, “Nace una esperanza”, nº 99, febrero de 1960.

35 NM, “Cuba Luz de América” y NM, “Opinan las delegadas”, nº 99, febrero de 1960.

36 NM, “Una vida de felicidad para ella y sus hijos le ha dado el estado soviético a su mujer”, noviembre-diciembre de 1949, p. 6.

37 Berta P. de Braslavsky, “El día internacional de la mujer”, Orientación [Buenos Aires], 13 de marzo de 1946, p. 6.

38 El Siglo [Santiago de Chile], “El voto político fue el primer paso en la conquista de derechos de la mujer”, 1 de noviembre de 1959, p. 7.

39 Papier, Sara, “Perspectivas del Encuentro Latinoamericano de Mujeres [entrevista a F. Edelman]”, cit.

40 El Mercurio [Santiago de Chile], “Congreso Americano de Mujeres continúa hoy sus actividades”, 21 de noviembre de 1959, s/p.

41 El Siglo [Santiago de Chile], “El desarme pidieron mujeres en el acto de clausura de su Congreso”, 23 de noviembre de 1959, s/p.

42 NM, “Las jóvenes y las campesinas”, nº 99, enero de 1959.

43 El siglo [Santiago de Chile], “Traigo el saludo de millones y millones de mujeres”, noviembre de 1959, s/p.

44 Papier, Sara, Congreso Latinoamericano de Mujeres [Entrevista a S. Fiorito], NM nº 97 octubre de 1959.

45 Ladrón de Guevara, Matilde, Apostilla documento Congreso Latinoamericano de Mujeres, 1959, p. 2.

46 A modo de ejemplo, NM, “Así son las mujeres de la UMA”, nº 96, septiembre de 1959.

47 Para una síntesis de la producción reciente sobre el tema: Cosse, 2014.

48 NM, “Soldado, Violeta Casals, actriz”, nº 92, abril de 1959.

49 NM, “Soldado de la libertad”, nº 92, abril de 1959.

50 El Siglo [Santiago de Chile], “Tomaremos un fusil”, 23 de noviembre de 1959, s/p.

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