Anuario del Instituto de Historia Argentina, vol. 17, nº 2, e058, diciembre 2017. ISSN 2314-257X
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Historia Argentina y Americana

 

RESEÑAS / REVIEWS

 

Lorenzo María Fernanda, “Que sepa coser, que sepa bordar, que sepa abrir la puerta para ir a la universidad”. Las académicas en la Universidad de Buenos Aires en la primera mitad del siglo XX, Buenos Aires, Eudeba, 2016. 151 pp.


Graciela Queirolo

Universidad de Buenos Aires, Argentina
Universidad Alberto Hurtado, Chile
graciela.queirolo@gmail.com

 

Cita sugerida: Queirolo, G. (2017). [Revisión del libro “Que sepa coser, que sepa bordar, que sepa abrir la puerta para ir a la universidad”. Las académicas en la Universidad de Buenos Aires en la primera mitad del siglo XX por M. F. Lorenzo]. Anuario del Instituto de Historia Argentina, 17(2), e058. https://doi.org/10.24215/2314257Xe058

 

 

El título elegido por María Fernanda Lorenzo invoca la canción infantil que, en la Argentina, conocemos como “Arroz con leche”. En ella, se anuncia el contrato heterosexual cuando un joven tararea su deseo de contraer matrimonio con una señorita que domine las técnicas de la aguja así como también que lo atienda a través del gesto de abrir la puerta para ir a jugar. Pero la puerta que abren las protagonistas de la investigación de Lorenzo conduce a la universidad. En efecto, las mujeres universitarias son el objeto de análisis de la autora a partir de una doble indagación que incluye tanto la formación académica como el desarrollo profesional. Es decir, la investigación analiza los mecanismos de ingreso y de egreso en la educación superior junto con su posterior inserción laboral. De esta manera, se estudia cómo el campo profesional construyó relaciones de inequidad apelando a la diferencia sexual y subordinando a las mujeres ante los varones.

La investigación se concentra en la Universidad de Buenos Aires, en especial, en las Facultades de Medicina y de Filosofía y Letras junto con referencias más limitadas a la carrera de Ingeniería, parte de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Si bien el recorrido temporal abarca el período 1889-1965, el análisis se concentra en la primera mitad del siglo XX, discutiendo los argumentos que prestan atención al proceso de ingreso femenino a la educación superior partir de la década de 1960. Para Lorenzo, entre 1889 y 1940 se asiste a un lento pero constante incremento de la cantidad de graduadas, en especial de las dos primeras facultades. 1940 actuó como una década bisagra porque las políticas educativas favorecieron tanto la expansión de la enseñanza secundaria, requisito indispensable para aspirar al ingreso al nivel superior, como la supresión del arancel y del examen de ingreso. Así si, en el período posterior, se observa un crecimiento notable de la cantidad de graduadas ello constituye una continuidad con las décadas previas.

Lorenzo acude a una atrayente metodología, muy propia de la Historia Social cruzada con los estudios de género, para desplegar su objeto de estudio. Por un lado, realiza una obsesiva –y tal vez algo excesiva- cuantificación en la que mide los ingresos, los egresos y las titulaciones de las universitarias. Por otro lado, acude a las trayectorias biográficas de algunas de las egresadas, concentrándose en sus recorridos estudiantiles y laborales. El resultado es sumamente enriquecedor porque la autora reconstruye un proceso cuya historización le permite demostrar sus continuidades y rupturas y, al mismo tiempo, tomar distancia de una historia contributiva que, al resaltar el carácter excepcional de las protagonistas, le resta profundidad analítica al mencionado proceso.

Así, presenta a Cecilia Grierson, Julieta Lanteri, Elvira López, Ernestina López y Raquel Camaña, más estudiadas por su condición de militancia feminista que por su condición de profesionales universitarias, pero también incorpora, entre otras, a las médicas Teresa Ferrari de Gaudino y Sara Satanovsky, a la ingeniera Elisa Bachofen y a la filósofa Mercedes Bergara. Un mérito de Lorenzo es entrelazar los recorridos biográficos con el desarrollo del campo profesional y demostrar cómo la condición femenina constituyó un obstáculo tanto para su ingreso a la academia como para su posterior inserción profesional. El despliegue argumental demuestra que, a pesar de que en la Universidad de Buenos Aires no existían reglamentaciones explícitas que prohibieran el ingreso de las mujeres, la corporación educativa hegemonizada por varones construyó obstáculos que recalaban en la condición femenina. A fines del siglo XIX, para ingresar a la carrera de medicina, Cecilia Grierson debió validar su conocimiento de latín con un examen que los candidatos hombres no rendían porque se le objetó que su título de enseñanza media no incluía dicho saber, propio de ciertas escuelas de alumnado masculino. Situaciones similares se encuentran para el desarrollo académico profesional. Así, recién en 1938, tras una larga batalla que incluyó demostrar los favores otorgados a los colegas varones en el concurso de antecedentes, Sara Satanovsky pudo acceder al cargo de profesora titular interina de la cátedra de Ortopedia y Traumatología. La Facultad de Filosofía y Letras graduó profesoras, pero ellas ejercieron la docencia en otras instituciones porque los cargos docentes de su casa de estudios quedaron en manos masculinas. Es significativa la trayectoria de Mercedes Bergadá quien, en la década de 1950, ingresó al Instituto de Filosofía gracias a su destreza en taquigráfica, detectada por sus profesores siendo estudiante, donde se desempeñó como asistente de los académicos. Sin embargo, ese ingreso le permitió construir contactos para luego concursar un cargo como jefa de trabajos prácticos.

Pero la condición femenina no sólo erigió obstáculos para ingresar a la educación superior y para el desarrollo profesional, sino que también circunscribió los espacios a los que podían aspirar las mujeres. Las graduadas de medicina se dedicaron predominantemente a la obstetricia y a la atención de la infancia; las graduadas de filosofía y letras fueron mayoritariamente docentes. En uno y otro campo laboral se leen los atributos de la feminidad construidos a partir de la naturalización de la maternidad: la partera que asiste al médico, la médica que cuida a los niños, la maestra afectuosa con sus alumnos.

En síntesis, la investigación de Lorenzo es un aporte a la Historia de las Mujeres, la Historia de la Educación y la Historia Laboral, porque su objeto de estudio son las mujeres que se formaron en la universidad para desempeñarse con sus capacitaciones en el mercado de trabajo. Su profesionalización se constituyó a pesar de y gracias a su condición femenina que delimitó espacios horizontales (profesiones femeninas) y verticales (cargos alejados de las mayores jerarquías). Sin duda, una puerta que nos abre este libro es una invitación a seguir escudriñando estos temas, incluyendo otras universidades, otras disciplinas y otras trayectorias laborales. Al mismo tiempo, esta investigación es una convidada de honor para dialogar de manera promisoria con exploraciones más recientes sobre los procesos de profesionalización y feminización del mercado de trabajo.

 

 

 

 

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